Yo no elegí saber
- Ana Valenciano
- Jul 25
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Updated: Jul 28
Por: Ana Valenciano

Cuando pensé en escribir sobre la moral, lo primero que vino a mi mente fue la mentira. O el secreto. Ese decir lo que no es, o ese silencio total que enmascara algo que no debe salir a la luz. El imbricado mundo del disimulo me produce una tremenda fascinación: lo no dicho, lo velado, lo secreto, lo abyecto. Están las mentiras piadosas, las medias verdades, el silencio que protege, las exageraciones, las grandes traiciones que se arrastran generación tras generación… y luego está esa verdad que irrumpe sin permiso. El velo cae y todos queremos saber. O, a veces, no.
La mentira íntima es la más común de todas. La más dolorosa. A veces elegimos no saber. Otras, simplemente es inevitable. Nunca mentí tanto como cuando decidí no decir que lo sabía. Al descubrir las infidelidades de mi primer novio, elegí callar y sostener la mentira, antes que admitir que había violado su intimidad. No tenía sentido fingir una superioridad moral, pero, a pesar de lo absurdo y dañino, fue lo que hice. Estaba muy cansada, pero quedaban muchas cosas por decirte, que, sin embargo, nunca te dije. Habíamos llegado a un punto de inflexión en el que sólo podíamos descender y hacernos daño, le dije en mi última carta. Tal vez porque ofrecer mi silencio resultaba más fácil que asumir el vacío.
Tampoco elegí saber que mi amigo había sido infiel a una amiga con otra amiga mía. Tras una confesión espontánea, me pidió que no lo contara. Pero, ¿hasta qué punto sostener la mentira del otro es complicidad? ¿Elegiría saber la persona engañada? Al descubrir la infidelidad, meses después, mi amiga me dijo: Si lo hubiera sabido antes, habría podido elegir. Pero, ¿acaso elegir ilumina más el camino?
Como señala Dufourmantelle en Defensa del secreto, cuando un niño que juega a escondidas escucha tras la puerta lo que no debía oír, cruza una línea. Ya no puede no saber. Y ya no puede seguir jugando. Eso le pasó a otra amiga. Una semana después de su fatal descubrimiento, con el alma rota, me escribió. Estoy líquida por dentro, diluida, etérea, no sé quién soy, ni qué voy a hacer con mi vida, me decía. Ella dormía la siesta tranquilamente, mientras su pareja de diez años chateaba con otras chicas por apps. Al descubrirlo una noche, toda su vida cambió.
Según el Estudio sobre hábitos sexuales (2025) de Diversual el 28,9% de las personas encuestadas con pareja estable reconocieron haber sido infieles alguna vez. Otra encuesta del CIS sobre relaciones sexuales y de pareja mostraba que un 76% de los encuestados consideraba engañoso tener relaciones íntimas a través de las redes sociales. El velo cae, también en lo digital, y tras la pantalla se encuentra la segunda identidad del amado. Después de ser descubierto, él se muere de arrepentimiento. Ella no sabe qué hacer. No eligió saber. Ahora lo sabe y debe elegir, pero tampoco es fácil.
La mujer del CEO de Astronomer tampoco eligió saber. Tal vez lo sospechaba o tal vez no. El video proyectado por la kiss cam nos arroja una imagen paradigmática respecto a la doble moral. Una pareja acaramelada y feliz se abraza. Acto seguido, el gesto los delata. El video se viraliza internacionalmente y el tipo acaba siendo apartado de su puesto. El panóptico mediático, que ya adelantaba Foucault, entra en acción. En una época dominada por la hipervigilancia, la imagen personal se vuelve pública. La transparencia se impone como estándar moral y lo que revela se moraliza. La intimidad se televisa y todos opinamos.
En la segunda temporada de White Lotus, Daphne sugiere a Harper que su novio Cameron le es infiel, y que, en respuesta, ella elige tener también sus propios amantes. Le insinúa así que debería hacer lo mismo con su novio Ethan. Harper, que mantiene una relación bastante honesta, empieza a sentirse cada vez más desconectada de él por su distancia emocional y la adicción al trabajo. Un día, Harper descubre algo inesperado en su habitación que siembra la sospecha. ¿Qué papel juega el conocimiento o la ignorancia en las decisiones que tomamos dentro de una relación?
Desde el palco, la altura moral siempre ha rendido culto a la honestidad y castigado la mentira. No obstante, algunas verdades, lejos de liberarnos, nos arrasan. No siempre es la verdad la que libera, ni la mentira la que condena. A veces, decirlo todo es una forma más sutil de violencia. Del sincericidio al sincerinato, hay muchas formas de morir o matar con la verdad. Quizás no estamos preparados para ella, ni para la crueldad de tener que elegir, pero tampoco sabemos vivir con la mentira. Habitamos dos límites igualmente incómodos: la realidad, que a veces es desoladora y produce desencantamiento; y la mentira, que carcome, se diluye o se entierra. Saber es poder, dicen unos. Otros, que la ignorancia es la verdadera felicidad. Yo, la verdad, no sé qué elegir. Pero como dice Lola Flores: de tener que elegir es preferible siempre querer, siempre querer y no dejarse querer.
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