¿Una piedra puede ser malvada?
- Anónimo
- Jul 25
- 13 min read
Por: Anónimo

La realidad y la moral
La esencia de la realidad es la diferencia y el cambio, no hay nada más básico ni fundamental.
La diferencia es lo mínimo necesario para existir. La forma más sencilla de información se basa en el par de algo y su contrario. Si todo fuese lo mismo, no habría manera de constatar tal hecho, puesto que no existiría forma de expresar información. Por tanto, la manera más básica de explicar nuestra realidad requiere de la diferencia como componente fundamental. Lo que permite que veamos una imagen son los diferentes colores que la forman (mínimo dos), si solo hubiese uno, no habría forma de representar nada.
El cambio, a su vez, es lo mínimo necesario para el desarrollo de la realidad. Si nada cambia, tampoco habría manera de constatar tal hecho, puesto que la realidad sería estática y no habría acción. El paso de “algo” a “algo diferente” es el desarrollo o evolución de lo que existe. En nuestra realidad, el cambio es la aparición de una diferencia en el tiempo.
Se puede analizar el cambio desde prismas muy distintos. Por ejemplo, observar el cambio para entender cómo funciona el universo es fundamento de la ciencia. En este texto el enfoque no será solamente la observación del cambio, sino su evaluación —es decir, la discusión sobre si un cambio es bueno o malo. Para ello, como es lógico, será necesario definir el bien y el mal, con todas las dificultades que eso supone, y la herramienta necesaria para ello es la moral. Gracias a ella, se puede valorar la dirección del desarrollo, introduciendo términos como progreso (si es bueno) o deterioro (si es malo).
A continuación, cuando hablemos de desarrollo o evolución, haremos referencia al cambio (meramente al hecho de que el cambio se produce), y hablaremos de progreso o mejora cuando el cambio sea positivo, y de empeoramiento o deterioro cuando sea negativo.
La moral es la herramienta que permite juzgar la realidad, su desarrollo, y buscar el progreso.
En nuestro universo, por increíble que parezca, no hay manera de observar, medir o constatar algo sin intervenir en el proceso —aunque la influencia sea ínfima, siempre existe. Esto establece límites a la hora de captar información, y no por la incapacidad del observador, sino por las propiedades mismas del universo. Este límite al conocimiento que podemos tener de la realidad se pone de manifiesto cuando se intentan definir con precisión sus propiedades.
Supongamos que nos tomamos una fotografía. Si usamos el móvil para ello y después ampliamos la imagen para ver los detalles, seguramente no sea capaz de captar los poros de nuestra piel. Si quisiéramos ver nuestras células, podríamos valernos de la lente de un microscopio, pero en ese caso no captaríamos los átomos que las forman. Puede parecer que sólo hay que mejorar la lente cada vez más para poder observar en detalle la realidad, sin embargo, ese no es el caso. Lo que captura la cámara nunca será la realidad, siempre habrá información que no pueda ser captada.
Esto no es algo que sólo sucede usando una cámara, sino sea cual sea el método de observación. Es decir, la realidad no puede ser conocida por completo, cualquiera que observe en nuestro universo lo hará a través de una lente cuya resolución nunca podrá superar cierto límite. Concretamente, se refiere aquí al impuesto por el principio de incertidumbre de Heisenberg. Este puede parecer un concepto muy físico y alejado de la teoría, pero puede resultar de utilidad tenerlo en la cabeza para abordar el tema que se va a tratar. Puesto que al tratar de buscar unos valores universales también surgirán algunos límites infranqueables muy similares.
¿Existe algo tal como la moral universal, una moral aplicable en cualquier contexto? ¿Hay valores que parten de los mismos conceptos de bien y mal en sociedades y seres diferentes?
Intentar pensar en una moral universal puede parecer abrumador, pues tratar de definir el bien y el mal para algo desconocido abre un abanico de posibilidades infinitas. Si es difícil establecer una moral válida para las sociedades de la tierra, pensar en que también valga para seres o sociedades extraterrestres parece algo inabarcable. Sin embargo, esta abstracción tan grande puede ser más útil de lo que parece para abordar la cuestión.
Las condiciones materiales
Antes de desarrollar el tema es necesario percatarnos de los sesgos que inevitablemente imponen las condiciones materiales a la hora de juzgar la realidad, entendiendo como tales lo siguiente: Las condiciones materiales son las reglas que rigen un lugar y el tipo de materialidad que lo inunda. Es decir, si algo no puede suceder, simplemente no sucederá, y de poder hacerlo lo hará dentro de las posibilidades permitidas.
Del mismo modo que una de las reglas de nuestro universo parece ser la imposibilidad de medir con exactitud lo que lo forma, existen otras condiciones que permiten o impiden taxativamente que sucedan ciertas cosas. Por ejemplo, las condiciones materiales que nos afectan a los humanos van desde nuestra biología (como el cuerpo que tenemos y nos permite obtener energía de nuestro alrededor) hasta el entorno en el que nos encontramos (como los recursos disponibles y la facilidad para acceder a ellos).
Incluso los pensamientos –que parecen ideas inmateriales generadas en un plano etéreo– están vinculados a una estructura material sometida a leyes concretas. Si no hay un sistema nervioso o energía para activarlo, tampoco hay forma de que se produzca una idea (igual que tampoco hay manera de que un sistema digital funcione sin materiales y la energía necesaria para alimentarlo). Cualquier cosa estará condicionada por su contexto, desde la estructura molecular y la capacidad de actuar según las leyes físicas del universo, hasta el tipo de sociedad y el modo en el que se interactúa en ella (desde las estructuras y jerarquías sociales hasta nuestra socialización). Las condiciones que nos afectan son innumerables y no es el propósito de este texto desarrollarlas, pero no se puede olvidar que lo inundan todo.
Del mismo modo que los seres humanos no tenemos la capacidad de sobrevivir si no disponemos de los recursos necesarios, como oxígeno o nutrientes, puede que tampoco tengamos la capacidad de comprensión necesaria para entender ciertos conceptos debido a los límites que nos imponen nuestras condiciones materiales. Esto puede ser por una incapacidad insalvable (como la biología de un roble impide que comprenda los fundamentos de la aviación, construya un avión y lo pilote), o por una dificultad debida a sesgos impuestos por las jerarquías sociales (como puede ser el caso de los gustos por determinados sabores o cánones de belleza).
Es crucial darle la importancia que se merece a estas reglas que establecen límites claros y definen lo que es posible e imposible. Debemos contemplar siempre la posibilidad de que la verdad nos resulte inaccesible, y no por ello dejar de caminar hacia ella.
Igual de importante es la inercia impuesta por diversos sesgos, que, si bien es salvable, supone un lastre al pensamiento. Esto tiene sus partes positivas y negativas. Gracias a la estabilidad que aporta una inercia que se opone a la volatilidad de la mente, se pueden construir ideas complejas y no malgastar energía pensando en exceso, pero también hace que se sobreestimen las ideas conocidas o familiares. No existe certeza alguna de que nuestras ideas sean las correctas, son las que son exclusivamente por las condiciones que nos han permitido tenerlas. Nuestras ideas están soportadas por andamios construidos durante generaciones y no debemos olvidar la posibilidad de que tal vez haya otras mejores.
Requisitos de la moral
¿Sabe una piedra lo que es el bien? ¿Puede hacer el bien? ¿Puede ser bondadosa? El primer paso para llegar a la moral universal sería cumplir los requisitos necesarios para que esta pueda darse.
Si existe el bien y el mal, entonces toda acción es susceptible de ser juzgada como buena o mala, cada cambio en la realidad puede ser catalogado como progreso o deterioro por pequeño que sea. Por el contrario, no cualquier agente implicado en dicha acción puede juzgarse como bueno o malo. Para notar la diferencia nos referiremos a bien y mal para calificar las acciones (buenas o malas) y a bondad y maldad para los agentes implicados en ellas (bondadosos o malvados).
La moral requiere juzgar y esto solo lo puede hacer un ser consciente, es posible que incluso sea suficiente con un ser pensante. Si existe pensamiento sin consciencia, esta no tendría por qué ser un requisito para la moral, pero lo que sí es necesario para juzgar si algo está bien o mal es el proceso previo de definir bien y mal. Para que exista un juicio moral tiene que haber raciocinio o pensamiento.
Tampoco tiene sentido hablar de bondad y maldad cuando algo es inalterable. Si una roca cae debido a la gravedad es porque no tiene otra opción, si choca contra el suelo y se rompe no es ella la que toma la decisión de hacerlo. Cuando una planta crece no es inevitable, pero tampoco es su decisión. De la misma manera, si se acepta que un animal actúa por instinto y no es consciente de sus actos tampoco tiene sentido achacarle cualidades morales.
Ya no es que la piedra no pueda elegir si caer o no, y el animal sí que pueda elegir moverse o quedarse quieto. No es que en la planta exista una posibilidad de que crezca o de que no lo haga según las condiciones, sino que ninguno es consciente de hacerlo y por tanto ninguno actúa con bondad o maldad. La bondad y la maldad hablan esencialmente de la intención de una acción. Y requieren de consciencia y libertad.
Una vez establecidos los requisitos necesarios para que exista la moral, podemos empezar a hablar de si el bien y el mal existen, ¿Qué es lo uno y lo otro? ¿Acaso pueden ser definidos de manera universal? ¿Existe una moral real?
Si se acepta que tal realidad existe, se tiene que aceptar el hecho de que las cosas son de una manera y no de otra, independientemente de si se pueden conocer. De la misma manera, aunque no pudiesen ser conocidos, si el bien y el mal existiesen no tendrían por qué ser subjetivos.
A lo largo del texto, irán desarrollando ideas que en ocasiones no serán demostrables. En esos casos, será necesario asumir esa incertidumbre y seguir avanzando en lo que sí se pueda. Por ejemplo, el pensamiento determinista sostiene que todo lo que sucede está predeterminado. Igual que una película ya tiene su historia bien definida, cualquier grado de libertad en nuestros actos es una mera ilusión. De ser cierto este argumento, no se cumpliría el requisito de libertad, por lo que la bondad y la maldad no podrían existir.
Si no somos capaces de falsar o demostrar este argumento, no queda otra que seguir avanzando manteniendo abiertas ambas posibilidades, sin embargo, el enfoque siempre estará puesto en la que podemos influir. Si el destino ya está escrito y no se puede escapar de él, avanzar bajo la premisa de lo contrario no supone ningún problema. Si realmente todo está predeterminado no cambiará en nada, pero si no lo está, usar el libre albedrío para buscar el progreso puede ser realmente positivo. Como ya hemos dicho, la herramienta para buscar el progreso es la moral, así que suponiendo que los requisitos expuestos se dan, intentemos construirla diferenciando dos conceptos: la moral metafísica y la moral física.
La moral metafísica hace referencia a la verdad. Se trata de una moral de dioses, solo conocida por seres omniscientes que tienen la certeza de que las cosas son como son. Dicha verdad puede ser que no exista una moral real, que sí, o incluso que ambas posibilidades coexistan, aunque vaya más allá del entendimiento de un ser no omnisciente. Las reglas de nuestro universo superan muchas veces el entendimiento humano, y no por ello dejan de ser así. Parece imposible de creer que un mismo objeto pueda estar en distintos lugares simultáneamente, sin embargo, experimentos como el de la doble rendija, han demostrado que esto es admisible.
La moral física hace referencia a pensamientos e ideas de seres no omniscientes en búsqueda de la verdad. Se trata de una moral de mortales, que forman parte de la realidad, pero su capacidad de conocerla es limitada. Como la moral metafísica si existiese, sería cierta por definición, pero inalcanzable por seres con algún límite a su conocimiento, la dejaremos apartada. Sólo será útil como recurso, como utopía. Por lo que cuando se hable de moral a partir de este punto, se hará referencia a la moral física.
La moral
Empecemos desarrollando la diferencia entre bien/mal y bondad/maldad. Gracias a esta distinción, podemos establecer desde el primer momento una premisa sólida que sostiene que la bondad y la maldad existen independientemente de si existen el bien y el mal (siempre que se cumplan los requisitos de consciencia y libertad ya mencionados).
La bondad no necesita del bien para existir porque su esencia es la intención de hacer el bien. No es relevante si la acción es buena, o si no existen el bien y el mal en realidad. De hecho, si efectivamente existiesen el bien y el mal, una persona podría ser bondadosa pero mala. Este sería el caso de alguien que actuase con intención de hacer el bien (según su escala de valores), pero su concepto de bien estuviese equivocado, por lo que sus acciones conseguirían lo contrario.
Entonces, para ver si podemos definir el bien y el mal, empecemos por las personas, y veamos si podemos sacar algo en claro. Como las acciones que suceden a nuestro alrededor implican una cantidad de variables desproporcionada, lo mejor será usar el plano teórico antes de analizar la realidad—empezando por el blanco y el negro, es posible que se comprendan mejor los grises. Además, el proceso de construcción de una moral real usará gran parte de la filosofía del método científico. Se deben proponer teorías que funcionen cada vez mejor, cambiándolas y perfeccionándolas cuando se requiera y a medida que vayamos descubriendo nuevos casos.
Al analizar una acción mediante el par de algo y su contrario (aunque inicialmente no sean bien y mal) poco a poco podremos ir avanzando hacia ellos. Para los humanos, el par más relevante para analizar puede que sea el de sufrimiento y felicidad. Estas palabras pueden tener distintas acepciones, pero aquí las entenderemos como el malestar y bienestar general de una persona (placer, dolor, realización personal, tranquilidad, desesperanza, etc.). Cualquiera prefiere la felicidad al sufrimiento, incluido quien piensa que sufrir es necesario para poder ser feliz.
Es difícil que una acción genere únicamente sufrimiento o felicidad, habitualmente aparecen ambas y en proporciones variables. Además, las consecuencias que desencadena esa acción también forman parte de la misma, aumentando la dificultad de análisis. Un soldado que dispara a un enemigo que iba a ejecutar a su compañero provoca tantos grados de felicidad y sufrimiento que sólo un dios que conozca la moral metafísica podría comprenderlos.
Por nuestra parte, lo que podemos hacer es intentar pensar en una acción que genere sufrimiento y compararla con otra que haga lo mismo con felicidad. Al hacerlo debemos recordar que nos encontramos en un plano teórico en el que las cosas suceden tal y como se plantean. Ante dos escenarios, en los que una acción provoca sufrimiento y otra felicidad, parece que la que aumenta la felicidad es más buena y la otra más mala. De hecho, podríamos argumentar que el desarrollo de los acontecimientos será bueno si provoca felicidad y malo si provoca sufrimiento. Por ejemplo:
1. Alguien va caminando cuando un meteorito le destroza la pierna, causándole un terrible dolor y desbaratando el sueño de dedicarse a la danza, por el que tanto ha trabajado.
2. Alguien logra resolver el problema en el que llevaba mucho tiempo trabajando para poder curar la enfermedad tanto dolor le ha causado.
(Tenemos la certeza de que las consecuencias se alinean con las situaciones, y no hay una historia de superación en la que la danza ayuda a la primera persona a terminar siendo feliz a pesar de no tener una pierna, ni quien descubre la cura de la enfermedad acaba sufriendo puesto que su vida está vacía después de tanto esfuerzo. Estos son casos hipotéticos en los que aceptamos que en una predomina fuertemente el sufrimiento, y en otro la felicidad.)
El primer caso parece ser malo y el segundo bueno. La relación entre el bien y el mal con la felicidad y el sufrimiento nos permite proponer una primera definición para ambos.
El bien es aquello que aumenta la felicidad y el mal lo que aumenta el sufrimiento.
Esta definición podría ser aceptable para los casos que hemos propuesto, pero suscita nuevas preguntas que deben ser resueltas para poder extrapolarla a aquellos que no están tan polarizados y bien definidos. Por ejemplo, ¿son la felicidad y el sufrimiento acumulativos? ¿si aumenta la felicidad ligeramente en varias personas puede superar el sufrimiento intenso que sufra una sola o viceversa? El problema ya no es el hecho de que no podamos conocer con exactitud las cantidades de felicidad y sufrimiento con precisión para poder compararlas. Incluso si tuviésemos esa información no estaría claro si se podría catalogar como progreso que una persona pueda sufrir intensamente para que varias experimenten un ligero aumento de su felicidad. Además, ¿acaso permitiría esta balanza entre felicidad y sufrimiento determinar si una acción es buena o mala? ¿Cuáles son las preferencias que deberían prevalecer cuando exista un conflicto de intereses?
En realidad, podría darse el caso en el que nos encontráramos con una forma de vida diferente de la humana que ni siquiera encuentre relevante la felicidad y el sufrimiento para definir el bien y el mal. Puede que su biología no contemple ni siquiera esos conceptos. Puede que en su caso lo esencial para determinar el bien fuese lo que aumenta la longevidad, lo que mejora la eficiencia, o lo que aumenta algo perceptible por estos seres que no lo es para nosotros. En ese caso, sería más difícil si cabe utilizar una balanza para determinar si pesa más nuestra felicidad o su longevidad, por ejemplo.
Si se intenta definir el bien y el mal de una manera universal, nos veremos avocados a chocar constantemente contra un muro insalvable que parece impedir la unificación de estos conceptos. Es por ello que lo realmente importante es aceptar estas condiciones y proponer algo desde ahí. Lo que debe conformar la moral es el uso de la razón para la resolución de un conflicto de manera satisfactoria.
La esencia de la moral son el conflicto y la razón.
Tratar de unificar el concepto de bien y mal puede que no tenga sentido, ni resulte práctico en manera alguna. Probablemente lo que debamos hacer es permitir que los diferentes valores, visiones o preferencias que existan ayuden a guiar la superación de los conflictos que se planteen. En realidad, puede que conceptos como bien y mal deban estar vinculados a lo que las partes que conforman una disputa en la que existen intereses enfrentados consideren como tal. Es decir, debería definirse bien y mal en función de lo buena o mala que sea la solución aquellos a los que afecte, juzgándola desde todos los prismas de los agentes implicados.
El bien es lo que supone un desarrollo para los implicados tras la superación de un conflicto.
El mal es lo que supone un deterioro para los implicados tras la superación de un conflicto.
Esta nueva definición, aunque tampoco tenga por qué ser válida en todas las ocasiones, resulta más práctica puesto que, al valorar las diferentes percepciones que existen, permite perseguir un bien común. Es una mejor definición que la anterior, pues deja en un segundo plano las distintas escalas de valores.
La bondad como hemos visto persigue el bien, pero no existe ninguna certeza de que lo que se defina como bien desde un punto de vista, coincida desde todos los puntos de vista, ni de que exista un bien real. Lo único que podemos hacer es afrontar los conflictos buscando el mejor compromiso entre las partes y perseguir el progreso común.