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La muerte del monstruo del Lago Ness

Por: Alejandro R. Padín


¿Qué supone verse reflejado en un monstruo?
¿Qué supone verse reflejado en un monstruo?

“¿Desde cuándo os habéis vuelto tan decepcionantes? ¿Por qué habláis con tanta seguridad? Dedicaos a comer y a beber, que es lo único que sabéis hacer.”  Escuché esto en una película y no me lo quito de la cabeza. Definitivamente, a mí también me ha decepcionado el mundo, pero no me malinterpreten –no hablo desde la arrogancia, pues tengo la certeza de haber decepcionado yo al mundo también. 


Ahora soy un hombre de mediana edad, demasiado consciente del absurdo como para ser capaz de cualquier postura que no sea resignación ante él. A día de hoy no he escuchado, leído ni intuido otro discurso que me convenza. No culpo a nadie –como mucho a mí mismo– por no saber sobrellevar las cosas de otra manera. Pero en cualquier caso, mi conclusión es que, detrás de cada honorable virtud o gesto malvado, de cada gran o pequeña pregunta, siempre se esconde la misma respuesta: el absurdo. Me sorprende que el mundo esté poblado de inconscientes a este respecto. Convivimos con la muerte y aun así fingen miopía frente al vacío. En cierto sentido, envidio a aquellos hombres de acción que salen a la calle con la insolencia de quien quiere recuperar algo que es suyo. Son ellos los pícaros capaces de cualquier treta para demostrar que son mejores que el resto, escudados en la “ambición” para acometer cualquier tipo de fechoría. No tienen amigos, solo aliados. En definitiva, son alimañas poderosas, y las causantes de que me echaran del trabajo hace un par de semanas.


Decir que vivo en un piso sería un eufemismo, lo que hago es más bien atrincherarme en él. Es un piso viejo, en el centro de la ciudad. Antes utilizaba esos signos de vejez a mi favor, dotándolo de la elegancia propia que ofrece una decoración vintage, pero empecé a descuidarlo cuando entendí que era un esfuerzo sumamente fútil. La ventana de mi cuarto es el único contacto directo entre mi guarida y el mundo exterior. Debe ser tan vieja como el piso: su marco está cuarteado, como arrugado por las grietas de una pintura que se resiste a morir. Me fijé en ello el día de mi cumpleaños, cuando también empecé a notar las grietas que reclaman su lugar en mi piel.  Mi ventana, además de vieja, es fina, y por consiguiente, amable: siempre trata de no dejar ningún sonido fuera, aunque estos no tengan invitación, se niega rotundamente a que alguno se sienta excluido. Quizás es su forma de buscarme compañía, pero creo que lo hace solo para darme por culo.


Hace rato que sonó la alarma, pero prefiero seguir tumbado en la cama antes que echarle un pulso a la gravedad. ¿Para qué levantarme? Enfrentarme a la inmundicia del piso sería más complicado que solucionar el hambre en el mundo, y salir a la calle me hace sentir el último humano en una invasión parecida a la de los Ultracuerpos. En su lugar, me acomodo en ese limbo que existe entre el despertar y el incorporarse. El día empieza cuando yo lo diga. Punto.


Desde aquí decido asomarme al mundo a través de mi móvil, bajo la seguridad y distancia que me ofrecen la pantalla y mi pequeña fortaleza acolchada. Buceo entre chistes que saquean mi tiempo y otros que decido compartir con  las ratas que considero mis amigos. Y así acabo llegando a un titular que llama mi atención: Encuentran el cadáver del Monstruo del Lago Ness. Por si acaso se tratase de algún tipo de clickbait, googleo rápidamente “Monstruo del Lago Ness” y descubro noticias de un sinfín de medios hablando del asunto:

-Escocia se despide de Nessie, su legendaria criatura.


-Muere Nessie, la leyenda del monstruo del lago.

-La realidad supera a la ficción: hallan sin vida al Monstruo del Lago Ness. 


El descubrimiento me espabila de un guantazo.


Pincho en una de las noticias y olvido por completo la suciedad de la casa y los alienígenas que gobiernan mi entorno. Esta vez solo se cuela por la ventana el sonido del bombo de alguna canción; debe ser de un coche al que no le apetece pasar desapercibido. Ese bombo sincroniza con la cadencia de mis latidos. ¿Han encontrado al puto Nessie? Lo juro, yo ya no sé en quién creo.


Resulta que unos turistas habían ido a celebrar su viaje de novios a una zona del lago. El mismo es tan inmenso, que podría tener unos tres mil chalets subacuáticos donde Nessie ha conseguido atrincherarse durante no sé cuantos años. Los expertos están ahora haciendo sus investigaciones pertinentes. Pagaría hasta el último céntimo de la miseria que he ahorrado por poder teletransportarme allí con una cámara y grabar, sin narrar nada por encima. Solo observar. Debe de ser un cuadro: un cadáver gigantesco en la orilla, rodeado por un puñado de señores con gafas y libretas, moviéndose en una coreografía casi musical, como si la hubieran ensayado durante toda su vida. 


Bueno, el caso es que ayer de madrugada la pareja recién casada escuchó un ruido, un golpe contra la tierra, hondo y contundente. El golpe vino acompañado de un temblor que no pudieron disociar de la vibración de la cama. Se asustaron, claro, pero consiguieron encontrar la forma de distraerse. Fue a la mañana siguiente, paseando por la orilla, cuando se toparon con el cuerpo. Era enorme, del tamaño de la Puerta de Alcalá.


Adjunto declaraciones:


- Estábamos paseando por la orilla y nos encontramos el cuerpo, enorme, del tamaño de la Puerta de Alcalá.


Tal como se sospechaba, la criatura se asemeja a un antiguo plesiosaurio: un cuello largo como una serpiente marina y en su extremo, se asoma tímidamente una cabeza pequeña. Su piel, de un verde oscuro casi  abisal, le habría servido como camuflaje perfecto para pasar desapercibida bajo las aguas durante toda una vida. Sin embargo, hay algo que contradice esa discreción: su cuerpo emite un fulgor propio, una luminiscencia que inunda el entorno con un resplandor imposible de ignorar. No refleja otra luz, como el brillo lunar. Nessie parece brillar desde dentro, como si su luz hubiera estado esperando todo este tiempo para mostrarse, llegando a nosotros solo tras su final, igual que la luz de las estrellas que ya no existen. ¿Por qué habrá ocultado su brillo tanto tiempo? ¿O acaso es que no supimos verlo?


La magia se ve interrumpida por el timbre de la casa. Alguien ha decidido que su mejor opción en las múltiples posibilidades del espacio-tiempo era venir aquí, a este piso descuidado, a interrumpir su ecosistema. ¿Quién es? No lo sé. ¿Qué quiere? Tampoco. Solo sé que representar la escena de No es País Para Viejos (donde Javier Bardem y Tommy Lee Jones están cada uno a un lado de una puerta, en silencio, sabiendo que al otro lado estaría su adversario) me parece un juego divertido. Así que contengo mi respiración y trato de agudizar mi oído. Siempre me gustó el escondite. Sentí que no encajaba del todo con mi generación cuando, en el colegio, todos pasaron del escondite al fútbol. O te unías al dichoso deporte, o estabas fuera. Por eso, ahora, con las primeras grietas de pintura amenazando con instalarse en mi piel, valoro estos momentos de acción y suspense: me devuelven un poco de la adrenalina infantil de entonces –ya eres mayorcito para esto, ábrele la puerta–. Combato a esa vocecita enseñándole la noticia de Nessie. El Monstruo del Lago Ness lleva jugando al escondite cientos de años y nadie le recrimina nada. Dejadme en paz. 


El timbre chilla por segunda vez. Empiezo a pensar que me repito lo del escondite como una excusa; aún así  no tengo intención de revelar un ápice de vida. ¿Seré un cobarde? ¿Habrá sido Nessie un cobarde? –un cobarde es capaz de reconocer a otro en cuanto lo ve, lo difícil es que se reconozca a sí mismo–. Mientras pienso esto escucho al tipo marcharse. Si me hubiese asomado por la mirilla me habría delatado, así que no he conseguido descifrar quién era. Pero casi es mejor, pienso,  así no me decepciono. Después de esta pequeña performance de la película de los Coen, regreso a mi cuarto para seguir leyendo acerca de Nessie. Ahora, mi ventana deja pasar un jazz compuesto de coches, niños jugando a la pelota y pájaros poniéndose al día… como una canción de Miles Davis.


Sigo con la noticia, pero no hay más información relevante (si es que acaso existe ese tipo de información), los expertos seguirán analizando el cadáver para decretar las causas de su muerte e ir descifrando poco a poco los misterios de su vida. De repente reparo en algo de lo que nadie parece hablar. La criatura lleva viviendo una eternidad escondida, a la sombra de nuestro mundo, pero ha decidido morir a la vista de todos, en la orilla. No sé qué grado de conciencia tenía, pero es como si lo hubiese hecho de forma deliberada. Como si hubiese sabido que llegaba su hora y con suma cortesía decidiese morir en público, deslumbrándonos con el brillo que ocultó durante tanto tiempo, concediéndonos la oportunidad de comprender su leyenda. En cierto modo, al morir de aquella forma, Nessie ha dictado su propia autobiografía, y nosotros somos los encargados de transcribirla. No entiendo (o quizás me resisto a entender) el razonamiento que siguió para realizar semejante gesto, pero ahora sé que  podremos decir con certeza que sí, que el Monstruo del Lago Ness

sí 

que 

existió.

 
 
 

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