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Alegato para admitirnos moralmente complejos

Por: Miguel Jurado Rodríguez


Fragmento del “Libro de las preguntas” del poeta chileno Pablo Neruda
Fragmento del “Libro de las preguntas” del poeta chileno Pablo Neruda

En muchas reflexiones sobre la moral -nótese que con esto me refiero a una perspectiva muy general inscrita en la historia del pensamiento y muy vinculada, sobre todo, a las principales corrientes de la ética- siempre el objeto de estudio se enfoca en cómo ser buenos o como actuar de forma correcta, poniendo una rectitud como un camino al que los seres humanos debemos tender.


Esta perspectiva -y que no se me malinterprete- se me queda coja en cierto sentido. Desde mi punto de vista, si bien estos posicionamientos consideran un camino sobre el cual es interesante caminar, también en cierta medida ponen encima de la mesa un planteamiento irreal que nos enfrenta a ciertos objetivos que no terminan de tener en cuenta los matices que un acto humano tiene en la cotidianidad de la vida.


Así, se deja huérfano (en cuanto a falta de consideración, pero sobre todo de asunción) una parte del ser humano real, que es esencialmente errática, incierta, compleja y dudosa. Un espacio, tan real como crudo, que en ocasiones nos cuesta asumir en este tipo de reflexiones, en donde una mala moral no sólo se produce, sino que además cobra sentido.

Esta mala moral, que recalco, es tan real que se produzca -aunque a lo mejor no con la misma frecuencia- como que el Sol vaya a salir al día siguiente tras cada mañana (y por favor que no se me pongan aquí escrupulosos los humeanos), también debe ser pensada con calma como una condición que se va a producir y que debemos ser capaces de analizar, no como un opuesto sobre aquel ideal que nos queremos encaminar, sino como una parte imperfecta pero esencial de nuestra conducta.


Por tanto, sobre este acto errático creo necesario ser capaces de responsabilizarnos e incluso, en ocasiones, no rechazarlo. Voy a intentar reflejar con más claridad estos dos matices.


Por un lado, a lo que me refiero con esa responsabilización es que tenemos que asumir la posibilidad de aparición de actos desacertados por nuestra parte y que cuando ello se produzca, debemos ser capaces de poder comprender la situación, ver cuáles son sus consecuencias y asumir las responsabilidades pertinentes en primera persona. Una responsabilidad que, aunque nos pueda incomodar -ya que el núcleo de estos actos no termine de enorgullecernos-, nos deben exigir un fundamento y coherencia incluso en las decisiones que nos duelan o perjudiquen.


Y, por otro lado, con el aspecto de no rechazar estos actos, se trata de  poder tener la perspectiva de admitir ciertas consecuencias que aceptemos como moralmente válidas, aunque el acto por el que hemos llegado a ellas haya quedado viciado. Por tanto, deberíamos no poner el peso de la ética solo en el acto en sí y en cómo éste se llega a producir (aspecto que, aún así, también considero relevante), sino más bien asumir todas las aristas que en una misma acción se recoge y van desde el origen hasta la última de las consecuencias.


Por ende, sobre esta responsabilidad sobre los actos complejos, creo que como sujetos poliédricos deberíamos pasar por no aceptar nuestros oscuros, siempre y cuando estos no nos acomoden y los queramos mandar al exilio del más profundo arrepentimiento y disculpas; pero, siempre y cuando estos errores los veamos necesarios por algún motivo, debemos tener la valentía también de ubicarlos en el hogar de nuestra propia identidad.

Asimismo, continuando con el hilo de esta idea, quiero destacar que con esta disertación lo que quiero mostrar también es la importancia de proponer éticas o reflexiones de la conducta que no nos asuman como más buenos de lo que realmente somos, sino que nos permitan desarrollarnos y corregirnos desde todos aquellos matices imperfectos que nos hacen ser como somos.


Esta perspectiva sobre la bondad idealizada y de auto-perfección (sé que el vocablo es inventado, pero en este caso el surrealismo aplica), que en muchas ocasiones caemos, resulta realmente peligrosa, ya que nos encierra en cámaras de eco que nos empujan a una cierta autocomplacencia con escaso recorrido de aprendizaje y autocrítica. Una pobreza en nuestros propios análisis que nos dirige a la frustración, al marcarnos objetivos que escapan de la humanidad de nuestras propias capacidades.


En definitiva, la relevancia de asumir el error como parte de nuestros actos nos permite recordarnos que somos necesariamente imperfectos y complejos, y menos mal. Menos mal, porque estas perspectivas nos permiten reconciliarnos con la forma en la que se da la realidad -con toda la indeterminación que dentro de ella implica- y sobre todo con nuestro entorno, y más importante, con nosotros mismos.

 
 
 

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