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Fragmentos de la Ciudad de México

Por: Andrea Pérez Balderrama


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Recuerdos, vivencias y nostalgia que tratan de explicar lo extraño que es regresar a tu país después de años viviendo en el extranjero.

 

El regreso me ha forzado a reflexionar sobre el trauma de mi pasado, mi miedo al futuro y las posibilidades del presente.

 


Vivo entre casa y casa,

como fantasma divagando.

No recuerdo el olor de mi tierra.

 

El desierto que me vio nacer

se quedó allá,

pasmado en mi memoria.


El pujar del camión al subir la cuesta.

El llavero con cara de mujer.


Seguro es la cara de alguien

que jamás vas a volver a ver.

 

El miedo de haberme ido 

sin despedirme,

de ser yo la del llavero 

con cara de mujer

colgada y anunciando mi cara

como un recuerdo de alguien 

que jamás vas a volver a ver.


Elena me quiere dar

todo lo que nunca tuvo.

 

Elena me quiere quitar

lo que tengo

que ella nunca tuvo.

 

Elena me ama.

Elena me odia.

 

Quiere que me vaya.

Pero me pide que me quede.


Vivimos en crisis perpetua,

en caos constante.

 

El desierto nos hace sentir

que la escasez es la única opción.

 

Elena lo quiere todo;

lo tiene todo.

 

Los espejismos del desierto

juegan con ella. 




El amor.

El amor incondicional.

¿Qué será?

 

Todo es tu culpa.

¿Quién eres

cuando nadie te dice quién ser?


El desierto come almas.

El vivir se convierte

en sobrevivir.

 

El agua escasea;

el amor también.

 

Elena nació en el desierto,

y siempre le ha dado

su alma a comer.


Hay un dolor,

mío que no es mío.

Alguien me lo quiere dar.

 

Elena me lo quiere dar,

pero tampoco es de ella.

¿A ella quién se lo heredó? 


El río está seco.

El amor también.

 

Una casa.

Una casa tras una barda.

Una niña dentro

atrapada.



Elena quiere irse

y quedarse.

Se quiere ir;

se quiere quedar.

 

Quiere ser libre.

Volar.

Estancarse.

Estancar.



Yo te engendré en mi vientre,

me dice Elena.


Mi cuerpo dejó de ser mío por tu culpa.

Sin mí, no tienes forma.


Y sin ti, yo tampoco.


Quédate, me dice.

Quédate dentro de mí. 


Ya vete,

me grita.


¿Por qué no te pareces a mí?



Cuando me fui del desierto,

parte de mí se quedó ahí.


Y cada vez que regreso

viene a mí.


Te extrañé, vieja amiga.

¿Dónde has estado?

Ya te habías tardado.


La flor que plantamos se marchitó.

Elena la abandonó.


Tu partida le dolió tanto que la destruyó.

La vio crecer,

y cambiar de color.


No se distinguió a sí misma en ella

y la odió.

Su amor se transformó

el día que regresaste al desierto

y no te reconoció.

 
 
 

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